Los que saben de marketing, y los
que no saben pero quieren aparentar que sí, utilizan con mucha asiduidad el
término branding.
Según la Wikipedia: Branding es un anglicismo empleado en mercadotecnia que hace referencia al proceso de hacer y construir una marca (en inglés, brand equity) mediante la administración
estratégica del conjunto total de activos vinculados en forma directa o
indirecta al nombre y/o símbolo (logotipo) que identifican a la marca influyendo en el valor de la marca, tanto para el cliente como para la
empresa propietaria de la marca.
Pues
bien, en España, pocas campañas de branding hemos conocido tan prolongadas en
el tiempo como la que se refiera a Juan Carlos de Borbón, dirigida de manera
muy especial a quienes no conocimos el franquismo más que a través de los
libros de historia y las experiencias de quienes sí lo sufrieron, y por lo
tanto no vivimos en primera persona la designación por parte del Caudillo; los
titubeos en los primeros años de la transición; la tardía aparición el 23F;
etc.
Juan
Carlos de Borbón le ha sido vendido a mi generación y siguientes como el hombre
que salvó a España de un golpe de estado; uno de sus mejores embajadores, y un
verdadero fenómeno a la hora de atraer inversiones extranjeras y de abrir
mercados exteriores para empresas españolas. Por no hablar de su pericia a los
mandos de los barcos que le regalaban y sobre los esquís en Baqueira.
Vamos,
un crack en todos los sentidos, si no fuera rey y fuera marca comercial, sería
lo menos “Coca-Cola”. Es más, los artífices de esta campaña permanente de
branding, a sabiendas que la monarquía podía concitar algún recelo que otro, se
inventaron el Juancarlismo como fórmula de consenso entre aquellos que no se
consideraban monárquicos per sé pero no querían negar las grandes virtudes del
campechano Borbón.
Y
aunque la descripción pueda parecer exagerada, no lo es. Solo de esta manera se
entiende que hasta hace muy poco tiempo, la gente de mi edad y menores (salvo
republicanas excepciones) se dividiese entre grandes forofos del “juancarlismo”
o grandes pasotas del tema a quienes el mantenimiento de esta añeja institución
se les antojaba como un elemento pintoresco pero no como una institución a
superar.
Sin
embargo, todo producto tiene una fecha de caducidad.
Bien porque cambia el
mercado, bien porque el producto deja de adaptarse a los gustos de los
consumidores. O como en el caso de Juan Carlos de Borbón, por ambas cosas. Los
recortes que se han venido aplicando desde el 2008 de manera indiscriminada a
las clases más populares, combinado con los excesos del monarca en forma de
cacería de elefantes o de hija/yerno corruptos, han empezado a pasar factura
hasta el punto de que la confianza de la ciudadanía en la monarquía está en los
niveles más bajos de todo el reinado de Juan Carlos I.
No
obstante, quienes durante décadas han defendido esta monarquía, no están
dispuestos a cambiar de sistema y como buenos directores de marketing se han
apresurado a adaptar la campaña de Branding al más puro estilo “el producto de
siempre pero mejorado”, y han iniciado una campaña para que Juan Carlos
abdique. Pero que no se equivoque nadie, en este momento, la abdicación de Juan Carlos de Borbón lejos de debilitar la
institución, supondría una garantía de pervivencia de la misma durante varias
décadas.
Es
más, quienes le piden a Juan Carlos que abdique como su último acto de
patriotismo no lo dicen en la idea de instaurar la república, sino que
pretenden impulsar una nueva campaña de branding a favor de su hijo.
Un
hijo, que la semana pasada, por ejemplo, se decidió a volar en clase turista a
la vuelta de un puente, para alegría de todos los que nos quieren hacer creer
que padre e hijo son diferentes.
Esa
es la gran trampa de la abdicación.
Es
por ello que creo que quienes aspiramos a poder elegir el jefe de estado, no
debemos intentar dar dos pasos de golpe.
No reivindiquemos la III República sin pasar por
las urnas. Desde mi punto de vista, si
algo representa el modelo republicano en detrimento del monárquico es su
superior valor democrático, por lo que habría que llevarlo hasta sus últimas
consecuencias y exigir la abdicación de Juan Carlos de Borbón pero no a favor
de su hijo, sino a favor de la ciudadanía y dejar que sea precisamente ésta
quien en referéndum elija si quiere monarquía o república.
Si
ganan los monárquicos habrá que aguantarse, si bien habrá que reconocer que
siempre será mejor un rey por designación popular que por designación
dictatorial.
Bai. Adoz gaude. Baina gauzatxo bat: Politikan badaude ere postu publikoak "banatzen" direla familiarraren artea. Beitu zer gertatzen den Galizaiako diputazioetan, Castellònen Fabra familiarekin, Catalunyan Puyolekin, Euskal Herrian Atutxa familiakiedeekin, etb. Nahiz eta hautezkundeak egon, leku askotan "saga" familiarrek mantentzen dute boterea herri eta hiri askotan. Monarkia txarra ta antidemokratikoa da, bai, baina demokrazia egoteak ez du esan nahi gauza hauek amaitzen direla horrela.
ResponderEliminarTxema.