jueves, 9 de mayo de 2013

La trampa de la abdicación


Los que saben de marketing, y los que no saben pero quieren aparentar que sí, utilizan con mucha asiduidad el término branding.
Según la Wikipedia: Branding es un anglicismo empleado en mercadotecnia que hace referencia al proceso de hacer y construir una marca (en inglés, brand equity) mediante la administración estratégica del conjunto total de activos vinculados en forma directa o indirecta al nombre y/o símbolo (logotipo) que identifican a la marca influyendo en el valor de la marca, tanto para el cliente como para la empresa propietaria de la marca.
Pues bien, en España, pocas campañas de branding hemos conocido tan prolongadas en el tiempo como la que se refiera a Juan Carlos de Borbón, dirigida de manera muy especial a quienes no conocimos el franquismo más que a través de los libros de historia y las experiencias de quienes sí lo sufrieron, y por lo tanto no vivimos en primera persona la designación por parte del Caudillo; los titubeos en los primeros años de la transición; la tardía aparición el 23F; etc.
Juan Carlos de Borbón le ha sido vendido a mi generación y siguientes como el hombre que salvó a España de un golpe de estado; uno de sus mejores embajadores, y un verdadero fenómeno a la hora de atraer inversiones extranjeras y de abrir mercados exteriores para empresas españolas. Por no hablar de su pericia a los mandos de los barcos que le regalaban y sobre los esquís en Baqueira.
Vamos, un crack en todos los sentidos, si no fuera rey y fuera marca comercial, sería lo menos “Coca-Cola”. Es más, los artífices de esta campaña permanente de branding, a sabiendas que la monarquía podía concitar algún recelo que otro, se inventaron el Juancarlismo como fórmula de consenso entre aquellos que no se consideraban monárquicos per sé pero no querían negar las grandes virtudes del campechano Borbón.
Y aunque la descripción pueda parecer exagerada, no lo es. Solo de esta manera se entiende que hasta hace muy poco tiempo, la gente de mi edad y menores (salvo republicanas excepciones) se dividiese entre grandes forofos del “juancarlismo” o grandes pasotas del tema a quienes el mantenimiento de esta añeja institución se les antojaba como un elemento pintoresco pero no como una institución a superar.
Sin embargo, todo producto tiene una fecha de caducidad. 
Bien porque cambia el mercado, bien porque el producto deja de adaptarse a los gustos de los consumidores. O como en el caso de Juan Carlos de Borbón, por ambas cosas. Los recortes que se han venido aplicando desde el 2008 de manera indiscriminada a las clases más populares, combinado con los excesos del monarca en forma de cacería de elefantes o de hija/yerno corruptos, han empezado a pasar factura hasta el punto de que la confianza de la ciudadanía en la monarquía está en los niveles más bajos de todo el reinado de Juan Carlos I.
No obstante, quienes durante décadas han defendido esta monarquía, no están dispuestos a cambiar de sistema y como buenos directores de marketing se han apresurado a adaptar la campaña de Branding al más puro estilo “el producto de siempre pero mejorado”, y han iniciado una campaña para que Juan Carlos abdique. Pero que no se equivoque nadie, en este momento, la abdicación de Juan Carlos de Borbón lejos de debilitar la institución, supondría una garantía de pervivencia de la misma durante varias décadas.
Es más, quienes le piden a Juan Carlos que abdique como su último acto de patriotismo no lo dicen en la idea de instaurar la república, sino que pretenden impulsar una nueva campaña de branding a favor de su hijo.
Un hijo, que la semana pasada, por ejemplo, se decidió a volar en clase turista a la vuelta de un puente, para alegría de todos los que nos quieren hacer creer que padre e hijo son diferentes.
Esa es la gran trampa de la abdicación.
Es por ello que creo que quienes aspiramos a poder elegir el jefe de estado, no debemos intentar dar dos pasos de golpe.
No reivindiquemos la III República sin pasar por las urnas. Desde mi punto de vista, si algo representa el modelo republicano en detrimento del monárquico es su superior valor democrático, por lo que habría que llevarlo hasta sus últimas consecuencias y exigir la abdicación de Juan Carlos de Borbón pero no a favor de su hijo, sino a favor de la ciudadanía y dejar que sea precisamente ésta quien en referéndum elija si quiere monarquía o república.
Si ganan los monárquicos habrá que aguantarse, si bien habrá que reconocer que siempre será mejor un rey por designación popular que por designación dictatorial. 

1 comentario:

  1. Bai. Adoz gaude. Baina gauzatxo bat: Politikan badaude ere postu publikoak "banatzen" direla familiarraren artea. Beitu zer gertatzen den Galizaiako diputazioetan, Castellònen Fabra familiarekin, Catalunyan Puyolekin, Euskal Herrian Atutxa familiakiedeekin, etb. Nahiz eta hautezkundeak egon, leku askotan "saga" familiarrek mantentzen dute boterea herri eta hiri askotan. Monarkia txarra ta antidemokratikoa da, bai, baina demokrazia egoteak ez du esan nahi gauza hauek amaitzen direla horrela.

    Txema.

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