jueves, 13 de junio de 2013

El Plan de Paz y Normalización

Dos días después de que el Lehendakari, Iñigo Urkullu, presentara el Plan de Paz y Normalización, ya tenemos encima de la mesa las reacciones de las formaciones políticas, de los editoriales de los medios de comunicación y de algún que otro articulista. 

A pesar del tono comedido de la mayoría de ellas, ha vuelto a quedar de manifiesto que el principal problema a la hora de abordar una tarea como la que propone el Plan es, precisamente, ponerse de acuerdo sobre lo que es la Paz y lo que es la Normalización.

Tenemos quienes exigen la no impunidad y no pasar página como si nada hubiera ocurrido; quienes quieren referencias a las torturas y la violencia ejercida por todos menos ETA; los que quieren ver un reconocimiento exclusivamente a las víctimas del terrorismo; quienes niegan la existencia de cualquier otra violencia que no fuera la perpetrada por ETA; quienes desean una propuesta de solución con respecto a los presos y quienes necesitan que se teorice sobre "las causas del conflicto" para justificar la historia de una violencia de la que ahora abjuran, entre otros.

Ante este panorama,desde mi punto de vista,  la decisión de la Secretaría de Paz y Normalización ha sido la única posible y además la más adecuada, desarmar los argumentos de unos y otros estableciendo el respeto a la dignidad humana y el rechazo a la violencia como principios inspiradores de todo el plan y consecuentemente, incluir todas las vulneraciones de los Derechos Humanos de las últimas décadas.

Como cualquier ejercicio de concreción, el Plan, seguro que es mejorable, ampliable, matizable y corregible, pero, sinceramente, creo que es un buen punto de partida, como también lo son las recomendaciones del Foro Social, si bien el Plan del Gobierno tiene la ventaja de que nadie ha menospreciado la iniciativa tachándola, de manera injusta, de parcial.

La clave, tanto en éste como en cualquier otro conflicto violento en vías de resolución, estará en la capacidad de ponerse en el lugar del otro; no para justificar su punto de vista, ni desde luego ninguna de sus acciones si éstas vulneraron o vulneran los derechos humanos, pero sí para intentar comprender cuál era y/o es su percepción de la realidad.

Una realidad, que lejos de lo que algunos creen, no es única e indiscutible pero que sí se puede describir sobre la base de determinados hechos objetivos y el convencimiento de que los mismos no pueden ni deben repetirse en el futuro.

Habrá que ver que recorrido le pueden dar los partidos políticos presentes en la cámara, los que no lo están y la sociedad civil, pero debemos tener claro  que a nosotros y nosotras nos corresponde poner las bases de una Euskadi normalizada que evite cometer en el futuro los mismos errores del pasado por convicción ética y no por estrategia política.











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